domingo, 23 de mayo de 2010

Adolf Disney





Yo, Walter Elias Disney,
en pleno desuso de mis facultados mentales y físicas,
confieso haber tomado posesión momentánea de las extremidades
del señor Sietsegueri para poder difundir el siguiente extracto.

He de comenzar, admitiendo que ésta no es la primera vez que hago
uso de mis facultades manipuladoras comandándolas a distancias
interoceánicas. A lo largo de toda mi vida; y de mi críovida ahora
contenida dentro de un iceberg subterraneo,
he desarrolado insurrectivamente la presente ingrávida
fuerza para poder abusar de la basura que se infiere del ser un humano.
Desde mis inicios como pisoteador de hormigas rojas,
he adquirido un insustituible placer por neutralizar todo el
ácido fórmico que podría poner en peligro a las producciones de mi emporio.
El mismo fue cobrando mayor solidez desde mi presunta ausencia terrenal,
ya no existen fronteras por corromper, ni razas por denigrar,
he lamido el costado de las heridas de cristo
y gracias a ello me he vuelto inmortal.

De ninguna utilidad será que todos los highlanders sobrevivientes
se apiñen en el empuñar de sus legendarias espadas,
de nada servirá que los músicos apilen sus
amenazantes amplificadores y me quieran
derribar con su reverberancia.
Mi semilla ha crecido en el ombligo de la humanidad
como las habichuelas que alguna vez
me han catapultado hacia la gigantonasia,
ya no se secará jamás;
el cordón umbilical celestial
le otrogará vida eterna al río
de mi creatividad.

Desde los oscuros confines del río congelado donde deliro
a la deriva, se desprenden pequeños icebergs que encuentran
su encallamiento final en las copas de mis fieles guionistas y dibujantes.
Es de ésta manera como me infiltro en sus tejidos,
en los quejidos de los latidos de sus corazones.
Tomo posesión de éste ejercito de divulgación intelectual
y lo comando acuiferamente, agitando metaforicamente
una gélida batuta que ilumina cuan azulada antorcha los
designios de la inhumana existencia global.

 Es entre los libros,
entre las capas de polvo que deterioran las escrituras,
donde más me agrada vacacionar a mis falsas profesías.
Falsas, no porque yo le falte a mi verdad,
sino que es solo una porción del pastel total.
Los versículos en los que se dividen mis sapiencias
fueron producto de episodios de glosolalia;
los cantos sagrados, producto de visiones
místicas, mas, es al mistela al que abrazo
bajo mi confortable chaqueta.

Y es entre afables proferencias de
mullidos susurros donde me encuentro
más comodo para afirmar:


¡Tenemos una cita apocalíptica detrás
de la próxima era glacial!

No os la olvideís,
No oseis deformar mi santo comando.
El quinto caballero he sido nombrado.