La oscuridad que resplandece al otro lado del intersticio aéreo
seduce a que mis sentidos se desvanezcan en su interior.
Oscuridad, tangible radiación, que develas el secreto interior;
abasteceme con tu sabiduría de amorfas energías desconocidas.
Descolorido y desganado,
sentado en un incomodo y artificial asiento,
disfruto de mi bebida y me elevo por sobre las demas almas
gracias al distanciamiento producido por la arquitectura.
Pocos sonidos son los que llegan hasta mi,
excepto aquellos provenientes de los monologos
zoofilicos que pronuncian los clones reposados
sobre el fétido colchón semejante
a una isla de medianoche.
Es allí, entre las condiciones confortables,
donde me fio en el extender mis extensibles
extremidades, sin acaso medir las secuencias;
cuando, siento que sobre mi cae una mirada.
Cae cuan cometa sobre el desierto de las entrañas,
pluma de castillo ambulante, trovador trabado en
las puertas del exilio ensoñador.
Su timbre sintético vibra sobre mi piel
tan pálidamente que la confundo por Luna de
mis días fuera del tiempo.
Porque éste momento es atemporal,
es una constante perdida dentro de la diagonal
que me aleja de todos los seres que aparentemente
rotan repeliendose y atrayendose de mi epicentro.
Un juego a fin de cuentas, sintético, fototrópico
tal como los rostros dentro de un marco fotográfico,
amplias sonrisas tratando de invadir territorios de papel,
y el flash que inicia el incendio, las peleas, los gritos
en la noche donde el pie trastabilló,
dejando caer la lámpara de querosén,
y el granero, el heno, las fotografías de la
zoofilia, todo aquel chantaje, finalmente,
con un click del flash al olvido.
Lo fotosintético,
fotocopia a gran contraste del establo.
La cultura del trabajo,
de las corbatas que nos atan a los escritorios,
de los escrotos rasurados
de nuestros superiores por incompetencia,
y nosotros los malabaristas,
sosteniéndolos en el aire,
para que no caigan en la cuenta
de su inutilidad de hormiga Reina.
Toda monarquía tiene su corona
y toda corona sus joyas, y
cada una de ellas un resplandor,
y a cada resplandor le corresponde un astro,
cada astro corresponde a una galaxia.
De la corona a la galaxia en menos de cinco pasos
y el ser humano se desloma construyendo cohetes.
La oscuridad y el espacio.
El espacio se torna un desierto por las noches.
Aquella oscuridad nos permite ver más que el día,
porque vemos más allá de nuestro planeta.
Y gracias a la noche es que
poseemos las diurnas ocupasiones,
las quimeras personales que se insolan bajo
fluorescentes tubos que le resultan insuficientes
a las plantas para subsistir.
Y es por ello que ellas espían a
través de la noche,
es por ello que me interpelan
desde su puesto de vigilia,
desde ese sopor de teclados
y fósforos monocromos apagados,
desde aquella radiación de vocablos
que rotan rancios alrededor de labios
sin poder de succión,
sin poder de satisfacción personal.
Y es por ello que se masturban,
por ello contratan a las secretarias
de rostros poco benignos,
es a causa de las plantas,
que debido a la fluorescencia
efervescente, se resignan a exalar
su pulso de vida en forma de cabono,
logrando asfixiar al superior,
a su amante disfrazada de
tomadora de recados,
y a todas las maquinarias
que queriendolo o no
conforman un más allá
del más allá de aquella ventana
nocturna, aquella que me sonríe
mientras se disuelve en el espejismo
de la pecera.
jueves, 1 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario