Teníamos que decidirnos ya,
pero estabamos muy estropeados
como para ello;
la huída del alma de la aldea de la flor
nos había lacerado las manos.
Nos era imposible realizar
algo diferente que sostener
la posición de la
galantería del novecientos.
Teníamos que decidirnos ya,
saltar al vagón del otro,
a ese tren que desenfrenaría los
descarrilamientos,
pero nuestros operarios
eran cómplices de la justicia
y habían olvidado sus espadas.
De espaldas a nuestros asientos,
marchabamos con sendas banderas
al hombro, cada cual dentro de
su corral, en lugar de pisotear los
imaginarios armarios, aquellos
que encarcelaban los suspiros
de los asentimientos provocados
por nuestras mudas sonrisas.
Cada tanto nuestros corazones se
apaciguaban varados en la misma estación,
eran en esas ocasiones cuando
nos observabamos mutuamente,
mas los brazos proseguían encerrados,
imitando las posturas de nuestras mentes...
los tuyos orinando materialidades,
los mios disgregando astro-atrocidades.
Teníamos que,
olvidarlo,
el ya es nuestra voz,
nuestro horizonte,
mas nos encontramos situados en
diferentes trópicos,
trepanando al tiempo y a sus esclavos,
dialogando acerca de aquello
que deviene en vano.
Tenía que despedirme,
ya.
jueves, 15 de abril de 2010
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